Conoces
tu lado oscuro????
Cuando hacemos el esfuerzo de un
encuentro sincero con nosotros mismos, nos encontramos con todo tipo de
emociones y cualidades propias. Algunas
de nuestras cualidades nos gustan y queremos potenciarlas, pero ¿qué
hacemos con esas otras a las que reconocemos su carácter destructivo; esas
emociones y actitudes que consideramos negativas y que pueden poner en peligro
nuestra imagen, vínculos o relaciones? ¿Qué hacemos con la ira, los celos, el
miedo o la envidia que sentimos? ¿Qué hacemos con los propios impulsos que
consideramos desconfiados, egoístas, infantiles, neuróticos…? Reprimirlas o
negar que estén ahí, no es la solución. Las emociones que tapamos sin resolver
aparecen una y otra vez, algunas veces de forma inconsciente o incontrolada
para nosotros. Pero, ¿las expresamos tal como las sentimos, corriendo el
riesgo de herir a alguien, hacer el ridículo o estropear una relación?
Probablemente también contemos muchas experiencias en las que, habiendo
expresado lo que nos pasa, no hemos hecho más que estropear aún más las
cosas…Emociones inconscientes, pulsiones instintivas, pecado, sombra… son
algunos de los nombres que hemos dado a este complejo psicológico presente en
todos los seres humanos. Todos tenemos un oponente interno que nos acompaña y
con él debatimos toda la vida. O, mejor dicho, cada parte de nosotros, cada
propósito y cada ideal, tiene su correspondiente opuesto interno. Si observamos la naturaleza y el movimiento
de la vida veremos que en todo proceso se da una especie de dialéctica entre
opuestos: luz y oscuridad; contacto y retirada; vida y muerte; femenino y
masculino… Vivenciamos un aspecto por que reconocemos su contrario. De
igual modo, cualquier definición crea automáticamente su opuesto: cuando, por
ejemplo, elegimos un ideal de fuerza, estamos creando y definiendo su
contrario, la debilidad. Y cuanto más intentamos identificarnos con uno de los
dos lados, más vivencias el otro.
Reconocer la
existencia de esta dualidad y oposición en el ser humano ha sido considerado
uno de los más importantes desafíos en la maduración personal y espiritual,
tanto en la antigua sabiduría de Oriente y Occidente como en la filosofía y
psicología moderna.
Pretender que esta dualidad no exista es un
imposible. Está aunque no nos guste, se expresa con o sin nuestra conciencia.
Lo que está en nuestra mano no es decidir “como deben ser la cosas”, sino qué
podemos hacer con ellas. Pero no es fácil tomar la decisión y no conviene
precipitarse. Los aspectos que a priori tomamos como negativos pueden contener
tanto actitudes destructivas como posibilidades, así que conviene dedicarles la
atención y el espacio que merecen antes de ser juzgados o actuados.
En la sociedad
occidental tendemos a juzgar que los opuestos son incompatibles y excluyentes.
Los “buenos” y los “malos” de nuestras películas han sido personajes muy
diferenciados, casi puros en sus características y con una gran intolerancia
entre ambos. A pesar de saber que en la realidad es más amplia, muchas personas
pasan la vida en una constante lucha interna en la que toman partido por uno de
sus lados e intentan a toda costa expulsar al otro.
Muchas condiciones
influyen en la formación del concepto de nosotros mismos: la familia, la
cultura, los amigos, la educación, las reglas sociales, las modas… constituyen
un entorno complejo en el que vamos aprendiendo lo que es una conducta aceptada
y lo que no lo es.
Este aprendizaje
forma parte de la maduración del individuo. El crecimiento incluye tanto la
posibilidad de expandirnos como los límites; el placer de hacer lo que queremos
y la frustración. Sin embargo, un ambiente excesivamente castrador o que no
permita reconocer e integrar nuestros propios impulsos internos, puede dejar
una importante huella de confusión y parálisis.
Recuperar la sombra
Reconocer y encauzar los aspectos negativos de
nuestra personalidad es al mismo tiempo una posibilidad y una responsabilidad
para el ser humano: Cuando establecemos una relación adecuada con nuestras
emociones rechazadas, podemos restablecer también el contacto con cualidades
que no nos hemos permitido desarrollar, expandiendo así el concepto de nosotros
mismos y enriqueciendo las posibilidades de nuestra experiencia. Cuando una
persona, por ejemplo, no se permite a sí misma ser “mala” y este concepto lo
tiene completamente negado, puede irse al extremo de nunca poder poner límites
o afirmar sus diferencias. Permitir la existencia y la expresión de la “maldad”
puede ayudarle a recuperar y equilibrar aspectos importantes para sí mismo.•
Por otra parte, tenemos también la responsabilidad de reconocer y hacernos
cargo de cuánto bien y cuánto mal somos capaces de hacer realmente, para poder
asumir las consecuencias de nuestras decisiones y acciones cotidianas. De lo
contrario, por lo general, lo que hacemos es proyectar en los demás todos
aquellos aspectos que nos negamos a reconocer en nosotros. Entonces “ello”, los
otros o la vida, se convierten en los “malos” y son los que han de cambiar para
que yo recupere el bienestar y el equilibrio, lo que me coloca en posición de
víctima. Necesitamos tomar consciencia de que la existencia humana incluye gozo
y aflicción y que en nuestro interior conviven, inevitablemente, aspectos
positivos y negativos. Veremos que cada aspecto de nosotros es potencialmente
“bueno” y “malo” al mismo tiempo y que, por tanto, no podemos hacer juicios
definitivos acerca de nuestras emociones. Y veremos también que, aunque resulta
imposible desprenderse totalmente de lo que no nos gusta, el ser humano tiene
la libertad y la posibilidad de decidir su acción. Comprender esto constituye
al mismo tiempo un descanso y una gran responsabilidad.
Lograr el
equilibrio
Tanto en el contacto con nuestras propias
dualidades internas como en el contacto con los demás, la tarea de
transformación consiste en lograr el equilibrio entre ambas partes, mediante la
aceptación e integración de las diferencias. Hacernos amigos de nuestros
adversarios internos y externos o, si no es posible lograr esta amistad, al
menos aceptar que hay oposición. En definitiva, se trata de darnos cuenta de
que los enemigos que se oponen y compiten están, todos ellos, en nuestro
interior.“ La única forma posible de reconciliar opuestos consiste en
transcenderlos; es decir, en llevar el problema a un nivel en el que las
contradicciones puedan resolverse. El lugar que nos permite ver un suceso
ampliamente integrando ambas partes de una realidad es el punto intermedio. Al
permanecer atentos al centro y ver ambas partes de un suceso, evitamos una
visión unilateral y logramos una comprensión mucho más profunda de lo que nos
sucede.” Peñarrubia Para lograr este
equilibrio o acuerdo es necesario que, en primer lugar, cada una de las partes
opuestas tengan el espacio que necesitan para definirse con claridad y
ampliamente. Si están indiferenciadas o no se expresan no es posible el diálogo
ni la integración. Todo depende, en última instancia, de nuestra actitud
personal. Cuanto más sinceros y honestos seamos y, al mismo tiempo, cuanto más
dispuestos nos hallemos a sacrificar nuestras ideas preconcebidas y a asumir nuestra
propia responsabilidad y límites, más oportunidades tenemos de vernos
conmovidos por algo nuevo. La persona que logra esta reconciliación no solo se
siente en paz y se abre a lo creativo, sino que también experimenta la tensión
entre los opuestos de un modo positivo, recuperando, al mismo tiempo, su
capacidad de decisión y de acción.
Expresar las
emociones negativas
Aunque la expresión
sincera de las emociones negativas entraña riesgos, la mayoría de las veces es
la única manera que tenemos de aclararlas, deshacer nudos y permitir que se
solucionen. Vale la pena permitirse cierta tensión y la posibilidad de
equivocarse y aprender. No obstante, para que esta expresión nos ayude a
integrar, en lugar de separar más las posturas opuestas, es necesaria una
actitud de respeto, responsabilidad y no precipitación. Muchas veces nuestras
emociones “se expresan ellas solas” y no podemos evitar que sea así. También
podemos aprender de ellas en estos casos. Sin embargo, una expresión
“controlada” y directa de lo que nos pasa puede ayudarnos a aclarar y, tal vez
solucionar con acuerdos, un asunto mal concluido o pobremente resuelto y evitar
que la emoción expresada haga sus juegos inconscientes. Algunas condiciones que
nos ayudan a adecuar la expresión de nuestras emociones negativas pueden ser
las siguientes:
Antes
de expresarlo al otro, aclararnos internamente• Lo primero que
necesitamos es un espacio donde aclararnos nosotros mismos, con nuestras
dualidades internas. Cada uno de nuestros extremos ha de poder diferenciase y
expresarse ampliamente. La mayoría de veces facilita tener un interlocutor
(terapeuta o amigo) que sepa escuchar sin juicios, que ayude a crear el espacio
para comprender a esa parte no aceptada y “problemática”. También ayuda
escribir o “teatralizar” a los personajes internos.• En la expresión de las
diferentes partes de nosotros mismos tenemos la responsabilidad y la libertad
de discernir cuáles nos parecen adecuadas y proporcionadas a lo que está
ocurriendo, que voces nos hablan de necesidades presentes y cuáles de viejos
asuntos mal concluidos. Cuánto de lo que nos ocurre se relaciona con viejos
apegos emocionales y exigencias y cuánto nos habla de la necesidad de encontrar
nuevas salidas. Todo ello nos pertenece y nos habla del ser humano que somos,
de nuestros deseos y necesidades y de la medida de nuestros límites.
Dejar de hacer lo
que hacemos para perpetuar el conflicto
Para poder dejar entrar lo nuevo, es importante
dejar de hacer algo. La mayoría de las veces pasamos tanto tiempo juzgando,
exigiendo, culpando o manipulando la realidad que dejamos poco espacio para
experimentar lo que realmente nos está pasando, aquí y ahora. Necesitamos
reflexionar qué hacemos para disimular, culpar, exigir, evitar… y para las
conductas compulsivas que evitan que se dé algo nuevo. A veces resulta
difícil dejar este espacio vacío. El desequilibrio y el caos aparente que se
produce cuando estamos moviendo los límites del concepto de nosotros mismos nos
produce temor y ansiedad. Soportar esta “incomodidad” es necesario para
permitir que se dé la crisis de nuestros límites y experimentar nuevas zonas no
exploradas.
Cuidar la expresión
La expresión de las
emociones negativas y problemáticas es lo suficientemente importante para
dedicarles el espacio que necesitan. Lo conveniente es contar con unas
condiciones adecuadas de escucha y respeto y evitar los momentos y lugares
inoportunos.En la expresión de las propias emociones negativas es necesario
recordar que estamos hablando de nosotros y no de la persona que nos las
evocan. Claro que hay cosas suyas que provocan en mí ciertas reacciones. Pero
no es de su vida de lo que me tengo que ocupar, sino de la mía. Es importante
evitar la culpa y la exigencia al otro y centrarnos en lo que a nosotros nos
pasa, dando espacio para que la otra persona pueda también expresarse. Aunque
el otro no “tiene la culpa” de lo que nos pasa, puede ser, aquí y ahora, el
mejor interlocutor para darnos una nueva oportunidad de comprender y completar
viejos asuntos pendientes. Y, como con las propias polaridades internas, en la
comunicación con otro la salida está en llegar a comprender las diferencias,
buscando un diálogo sincero y el acuerdo o, cuanto menos, el respeto a cada una
de las partes.
Darnos tiempo para
comprendernos
No siempre nos es posible escuchar “todas las
verdades”. Tal vez nos produzcan dolor o rabia o haya cosas que aún no podamos
entender. Es importante hacernos cargo también de todo esto y darnos tiempo. Tal vez las
propias partes internas se aclaren un poco más después del encuentro sincero
con el otro y, con el tiempo y el compromiso mutuo de comprendernos, vayamos
soltando nuestras rigideces y podamos encontrarnos con congruencias, respeto y
humor.
Rocío Barba