lunes, 28 de noviembre de 2016
Carta Anual Numerológica (2017)
Cada fin de año trae consigo un cierre y consecuentemente la apertura de nuevos ciclos de vida, los cuales podemos conocer a través de nuestra Carta Anual Numerológica.
Es una herramienta personalizada, la cual te mostrará los momentos oportunos para desarrollar proyectos, planificar cambios, los "posibles" bloqueos que pudieran presentarse en algún momento y el aporte respectivo para el desenvolvimiento de esas situaciones.
Esta Carta Anual es la combinación perfecta a tu Carta Natal Numerológica, la cual te aporta todo el proceso conductual y la misión de vida a transitar en este plano.
Si la deseas de forma separada; bien sea porque ya posees tu información de vida numerológica, o porque sólo requieres esta información Anual, puedes contactarnos por:
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Thania y Jorge
lunes, 26 de septiembre de 2016
Sanar la relación con la Madre
Sanar la
relación con la Madre
La relación con la madre es la más
significativa en nuestra vida, la base sobre la que se construyen todas las
demás relaciones. Con la madre fuimos uno cuando estuvimos en su vientre y
luego seguimos íntimamente unidos a ella durante la lactancia. El vínculo con
la madre es fundamental para la supervivencia. El niño, la niña, se miran
literalmente en la madre, se ven en ella como si fuera un espejo. La madre
representa al mundo en su totalidad y lo que de él proviene.
Para la mujer, representa la
referencia del modelo femenino que puede reproducir o rechazar, la forma de ser
mujer, de vivir la femineidad y de ser madre. Para el hombre va a representar
el modelo de mujer por el que se va a sentir atraído o va a rechazar, es decir,
que condicionará su elección de pareja y la relación con ella, y mientras no madure,
seguirá siendo hijo… de su mujer. En todo proceso terapéutico es
fundamental explorar la relación con la madre, con el padre también por
supuesto, pero la madre es la que nutre, la que se ocupaba de las
necesidades del niño o de la niña, la que daba sostén. Si estuvo presente
cuando se la necesitaba, si satisfizo sus necesidades afectivas o si eran
ignoradas, si veía a su hijo o a su hija por sí mismos y no como una
prolongación suya o una carga.
Todos albergamos en nuestro interior
un niño herido que no fue amado incondicionalmente, que
necesitó protegerse del dolor por ser demasiado vulnerable. Congelamos
muchos de nuestros sentimientos y nos construimos una coraza
defensiva para no sentir que no éramos amados como necesitábamos.
Para sanar esa herida es necesario tomar contacto con el niño interior, ver dónde
y de qué manera fue herido, localizar ese dolor física y emocionalmente a fin
de liberar la energía bloqueada.
Conectar con el dolor, la rabia, la
culpabilidad, la impotencia, la tristeza, reconocerlo, aceptarlo y de esta
manera, empezar a sanar. Al reconocer al niño interior, al tomar conciencia de
su vulnerabilidad pueden surgir sentimientos de soledad, vergüenza, carencia,
sentirse rechazado en ciertos momentos. Hemos de darle voz, dejar que llore,
que exprese sus miedos y necesidades, y también sus partes positivas, los
sueños, deseos, intuiciones y creatividad, y abrazarlo todo literalmente.
Hay niños buenos, niños obedientes,
reprimidos, asustados, niños que tratan de agradar a su madre, niños que
intentan ser perfectos, que niegan sus necesidades, niños que se refugian en la
mente y niños que viven en el mundo de Disney para evitar sentir, hay niños
rebeldes e insolentes que buscan llamar la atención que no reciben.
Las heridas del niño y de la niña pueden ser por sobreprotección, por exceso de valoración y halago, por abandono, manipulación, comparación, miedo, rechazo, autoritarismo, exigencia, engaño, desconexión, abusos. Ahora bien, y este es el mensaje que quiero trasmitir, las madres tienen también sus propias heridas y carencias de infancia, sus condicionamientos y limitaciones, sus dificultades para amar incondicionalmente y sostener al niño si ella misma no aprendió a sostenerse y valorarse. Una empieza a darse cuenta de la complejidad de la maternidad cuando es madre, o al cabo del tiempo, al reconocer su parte femenina.
Muchas veces se actúa con los hijos
justo al contrario de lo que se recibió… y también esto es perjudicial.
Necesitamos en primer lugar reconocer nuestras heridas, ocuparnos de ellas y sanarlas,
y eso lleva un tiempo. Y también necesitamos perdonar a nuestra madre por
lo que hizo o dejó de hacer, perdonar el daño que nos causó sus miedos, su
ansiedad, su perfeccionismo, su auto-exigencia,
su necesidad de quedar bien, el abandono de sus propias necesidades por
satisfacer la de otros. Perdonar su victimismo, su tristeza, su
actitud depresiva, su dolor no resuelto del pasado, lo que supuso para ella la
falta de Amor y comprensión de nuestro padre, sus propias carencias de
infancia, tal vez la falta de madre o de padre y otros condicionamientos.
Ser capaces de ver el niño
herido también en nuestra madre, sus propias heridas de infancia, lo que nos lleva a ser compasivos y aceptarla por completo, más allá de
sus errores y limitaciones. Reconocer el bagaje familiar y la transmisión del
linaje y comprender que no puede ofrecernos nuestra madre aquello que no tiene,
que no le enseñaron o que no sabe cómo hacerlo. Antes o después, y cuanto antes
mejor, llega el momento en el que hemos de perdonar, agradecer y valorar lo que
nuestra madre ha hecho por nosotros. Tomar lo que de ella proviene como un
legado, el que nos corresponde, el que pudo darnos, los fallos y también sus
dones.
Cuando lo hacemos nos sentimos plenos
y caminamos sobre la Tierra bendecidos y merecedores de todo lo bueno. Cuando
no aceptamos, rechazamos lo que ella nos dio, estamos negando y rechazando
nuestros orígenes, y eso es negarnos a nosotros mismos, lo que nos
confunde y nos llena de dolor. Por un tiempo la rabia y el resentimiento pueden
darnos una falsa fuerza, como una especie de arrogancia de creernos mejores que
ella. Cuando uno no acepta a su madre no puede amarse ni aceptarse a sí mismo.
Aceptarlo todo como fue porque, esa fue nuestra experiencia, ese fue el
aprendizaje familiar, lo que nos ha hecho ser lo que somos, nuestro legado
completo.
Honrarla y aceptarla como es nos conduce a la paz y a la reconciliación.
Más allá del dolor de nuestro niño
herido también está el dolor de nuestra madre y el dolor que nosotros hemos
añadido al rechazarla y juzgarla en ocasiones. Un hijo sólo puede estar en paz
consigo mismo si se encuentra en paz con los padres, lo que significa que los
acepta y los reconoce como son. No es posible decir: “esto lo tomo” y “esto lo
rechazo”. Aceptar a los progenitores como son es un proceso curativo en
sí mismo, el alma de la persona siente alivio y levedad.
Ascensión Belart
Libertad y Responsabilidad
La
libertad es un ingrediente esencial para experimentar felicidad. Cuando hay
amor y respeto verdaderos hacia los demás, de forma automática la persona
utiliza su libertad con un sentido de responsabilidad; sabe no infringir en los
derechos de otro ya que entiende que el otro también tiene sus derechos, tiene
un papel que interpretar, tiene un valor y por encima de todo, también tiene su
derecho a la libertad.
Una
persona irresponsable nunca es libre; irresponsable significa el que usa de
forma incorrecta su propia libertad o restringe la libertad de los demás debido
al egoísmo o al ego.
Tal
persona nunca se va a experimentar libre ya que tiene que experimentar las
consecuencias y el efecto de tal actitud y tales acciones. Las consecuencias
pueden venir en la forma de soledad, vacío interior, falta de amor, depresión, etc.
La libertad y la responsabilidad son las dos
caras de la misma moneda y son absolutamente inseparables. Es una regla
fundamental de todas las relaciones e interacciones humanas.
En
otras palabras, es la conocida ley del karma, que enunciada de una forma
sencilla significa que por cada acción que realizamos existe una reacción igual
y de sentido opuesto. Lo que damos a los demás, sea positivo o negativo, es lo
que nos va a retornar.
Somos
libres de elegir, pero cada elección personal lleva consigo una responsabilidad
personal y unas consecuencias. El mundo es un escenario en el que todos somos
actores. Cada actor tiene un papel único y es responsable de sus propias
acciones.
La
responsabilidad consiste en hacer las cosas de la manera correcta sin que
importe si la tarea es grande o pequeña. Cada uno de nosotros tiene un papel
especial que representar para hacer que el mundo sea un lugar mejor.
La
libertad es un estado mental. La clave de la libertad es comprender nuestro
ser. Cuanto más comprendemos nuestro ser, más fácil es liberarnos de las
cadenas de las cosas inútiles y negativas. La libertad es no dejarse influir,
ni afectar por nada, es estar en paz con nuestro ser.
La
verdadera libertad es experimentar la auténtica esencia del propio ser.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
Conoces tu lado Oscuro???
Conoces
tu lado oscuro????
Cuando hacemos el esfuerzo de un
encuentro sincero con nosotros mismos, nos encontramos con todo tipo de
emociones y cualidades propias. Algunas
de nuestras cualidades nos gustan y queremos potenciarlas, pero ¿qué
hacemos con esas otras a las que reconocemos su carácter destructivo; esas
emociones y actitudes que consideramos negativas y que pueden poner en peligro
nuestra imagen, vínculos o relaciones? ¿Qué hacemos con la ira, los celos, el
miedo o la envidia que sentimos? ¿Qué hacemos con los propios impulsos que
consideramos desconfiados, egoístas, infantiles, neuróticos…? Reprimirlas o
negar que estén ahí, no es la solución. Las emociones que tapamos sin resolver
aparecen una y otra vez, algunas veces de forma inconsciente o incontrolada
para nosotros. Pero, ¿las expresamos tal como las sentimos, corriendo el
riesgo de herir a alguien, hacer el ridículo o estropear una relación?
Probablemente también contemos muchas experiencias en las que, habiendo
expresado lo que nos pasa, no hemos hecho más que estropear aún más las
cosas…Emociones inconscientes, pulsiones instintivas, pecado, sombra… son
algunos de los nombres que hemos dado a este complejo psicológico presente en
todos los seres humanos. Todos tenemos un oponente interno que nos acompaña y
con él debatimos toda la vida. O, mejor dicho, cada parte de nosotros, cada
propósito y cada ideal, tiene su correspondiente opuesto interno. Si observamos la naturaleza y el movimiento
de la vida veremos que en todo proceso se da una especie de dialéctica entre
opuestos: luz y oscuridad; contacto y retirada; vida y muerte; femenino y
masculino… Vivenciamos un aspecto por que reconocemos su contrario. De
igual modo, cualquier definición crea automáticamente su opuesto: cuando, por
ejemplo, elegimos un ideal de fuerza, estamos creando y definiendo su
contrario, la debilidad. Y cuanto más intentamos identificarnos con uno de los
dos lados, más vivencias el otro.
Reconocer la
existencia de esta dualidad y oposición en el ser humano ha sido considerado
uno de los más importantes desafíos en la maduración personal y espiritual,
tanto en la antigua sabiduría de Oriente y Occidente como en la filosofía y
psicología moderna.
Pretender que esta dualidad no exista es un
imposible. Está aunque no nos guste, se expresa con o sin nuestra conciencia.
Lo que está en nuestra mano no es decidir “como deben ser la cosas”, sino qué
podemos hacer con ellas. Pero no es fácil tomar la decisión y no conviene
precipitarse. Los aspectos que a priori tomamos como negativos pueden contener
tanto actitudes destructivas como posibilidades, así que conviene dedicarles la
atención y el espacio que merecen antes de ser juzgados o actuados.
En la sociedad
occidental tendemos a juzgar que los opuestos son incompatibles y excluyentes.
Los “buenos” y los “malos” de nuestras películas han sido personajes muy
diferenciados, casi puros en sus características y con una gran intolerancia
entre ambos. A pesar de saber que en la realidad es más amplia, muchas personas
pasan la vida en una constante lucha interna en la que toman partido por uno de
sus lados e intentan a toda costa expulsar al otro.
Muchas condiciones influyen en la formación del concepto de nosotros mismos: la familia, la cultura, los amigos, la educación, las reglas sociales, las modas… constituyen un entorno complejo en el que vamos aprendiendo lo que es una conducta aceptada y lo que no lo es.
Muchas condiciones influyen en la formación del concepto de nosotros mismos: la familia, la cultura, los amigos, la educación, las reglas sociales, las modas… constituyen un entorno complejo en el que vamos aprendiendo lo que es una conducta aceptada y lo que no lo es.
Este aprendizaje
forma parte de la maduración del individuo. El crecimiento incluye tanto la
posibilidad de expandirnos como los límites; el placer de hacer lo que queremos
y la frustración. Sin embargo, un ambiente excesivamente castrador o que no
permita reconocer e integrar nuestros propios impulsos internos, puede dejar
una importante huella de confusión y parálisis.
Recuperar la sombra
Reconocer y encauzar los aspectos negativos de
nuestra personalidad es al mismo tiempo una posibilidad y una responsabilidad
para el ser humano: Cuando establecemos una relación adecuada con nuestras
emociones rechazadas, podemos restablecer también el contacto con cualidades
que no nos hemos permitido desarrollar, expandiendo así el concepto de nosotros
mismos y enriqueciendo las posibilidades de nuestra experiencia. Cuando una
persona, por ejemplo, no se permite a sí misma ser “mala” y este concepto lo
tiene completamente negado, puede irse al extremo de nunca poder poner límites
o afirmar sus diferencias. Permitir la existencia y la expresión de la “maldad”
puede ayudarle a recuperar y equilibrar aspectos importantes para sí mismo.•
Por otra parte, tenemos también la responsabilidad de reconocer y hacernos
cargo de cuánto bien y cuánto mal somos capaces de hacer realmente, para poder
asumir las consecuencias de nuestras decisiones y acciones cotidianas. De lo
contrario, por lo general, lo que hacemos es proyectar en los demás todos
aquellos aspectos que nos negamos a reconocer en nosotros. Entonces “ello”, los
otros o la vida, se convierten en los “malos” y son los que han de cambiar para
que yo recupere el bienestar y el equilibrio, lo que me coloca en posición de
víctima. Necesitamos tomar consciencia de que la existencia humana incluye gozo
y aflicción y que en nuestro interior conviven, inevitablemente, aspectos
positivos y negativos. Veremos que cada aspecto de nosotros es potencialmente
“bueno” y “malo” al mismo tiempo y que, por tanto, no podemos hacer juicios
definitivos acerca de nuestras emociones. Y veremos también que, aunque resulta
imposible desprenderse totalmente de lo que no nos gusta, el ser humano tiene
la libertad y la posibilidad de decidir su acción. Comprender esto constituye
al mismo tiempo un descanso y una gran responsabilidad.
Lograr el
equilibrio
Tanto en el contacto con nuestras propias
dualidades internas como en el contacto con los demás, la tarea de
transformación consiste en lograr el equilibrio entre ambas partes, mediante la
aceptación e integración de las diferencias. Hacernos amigos de nuestros
adversarios internos y externos o, si no es posible lograr esta amistad, al
menos aceptar que hay oposición. En definitiva, se trata de darnos cuenta de
que los enemigos que se oponen y compiten están, todos ellos, en nuestro
interior.“ La única forma posible de reconciliar opuestos consiste en
transcenderlos; es decir, en llevar el problema a un nivel en el que las
contradicciones puedan resolverse. El lugar que nos permite ver un suceso
ampliamente integrando ambas partes de una realidad es el punto intermedio. Al
permanecer atentos al centro y ver ambas partes de un suceso, evitamos una
visión unilateral y logramos una comprensión mucho más profunda de lo que nos
sucede.” Peñarrubia Para lograr este
equilibrio o acuerdo es necesario que, en primer lugar, cada una de las partes
opuestas tengan el espacio que necesitan para definirse con claridad y
ampliamente. Si están indiferenciadas o no se expresan no es posible el diálogo
ni la integración. Todo depende, en última instancia, de nuestra actitud
personal. Cuanto más sinceros y honestos seamos y, al mismo tiempo, cuanto más
dispuestos nos hallemos a sacrificar nuestras ideas preconcebidas y a asumir nuestra
propia responsabilidad y límites, más oportunidades tenemos de vernos
conmovidos por algo nuevo. La persona que logra esta reconciliación no solo se
siente en paz y se abre a lo creativo, sino que también experimenta la tensión
entre los opuestos de un modo positivo, recuperando, al mismo tiempo, su
capacidad de decisión y de acción.
Expresar las
emociones negativas
Aunque la expresión
sincera de las emociones negativas entraña riesgos, la mayoría de las veces es
la única manera que tenemos de aclararlas, deshacer nudos y permitir que se
solucionen. Vale la pena permitirse cierta tensión y la posibilidad de
equivocarse y aprender. No obstante, para que esta expresión nos ayude a
integrar, en lugar de separar más las posturas opuestas, es necesaria una
actitud de respeto, responsabilidad y no precipitación. Muchas veces nuestras
emociones “se expresan ellas solas” y no podemos evitar que sea así. También
podemos aprender de ellas en estos casos. Sin embargo, una expresión
“controlada” y directa de lo que nos pasa puede ayudarnos a aclarar y, tal vez
solucionar con acuerdos, un asunto mal concluido o pobremente resuelto y evitar
que la emoción expresada haga sus juegos inconscientes. Algunas condiciones que
nos ayudan a adecuar la expresión de nuestras emociones negativas pueden ser
las siguientes:
Antes de expresarlo al otro, aclararnos internamente• Lo primero que necesitamos es un espacio donde aclararnos nosotros mismos, con nuestras dualidades internas. Cada uno de nuestros extremos ha de poder diferenciase y expresarse ampliamente. La mayoría de veces facilita tener un interlocutor (terapeuta o amigo) que sepa escuchar sin juicios, que ayude a crear el espacio para comprender a esa parte no aceptada y “problemática”. También ayuda escribir o “teatralizar” a los personajes internos.• En la expresión de las diferentes partes de nosotros mismos tenemos la responsabilidad y la libertad de discernir cuáles nos parecen adecuadas y proporcionadas a lo que está ocurriendo, que voces nos hablan de necesidades presentes y cuáles de viejos asuntos mal concluidos. Cuánto de lo que nos ocurre se relaciona con viejos apegos emocionales y exigencias y cuánto nos habla de la necesidad de encontrar nuevas salidas. Todo ello nos pertenece y nos habla del ser humano que somos, de nuestros deseos y necesidades y de la medida de nuestros límites.
Antes de expresarlo al otro, aclararnos internamente• Lo primero que necesitamos es un espacio donde aclararnos nosotros mismos, con nuestras dualidades internas. Cada uno de nuestros extremos ha de poder diferenciase y expresarse ampliamente. La mayoría de veces facilita tener un interlocutor (terapeuta o amigo) que sepa escuchar sin juicios, que ayude a crear el espacio para comprender a esa parte no aceptada y “problemática”. También ayuda escribir o “teatralizar” a los personajes internos.• En la expresión de las diferentes partes de nosotros mismos tenemos la responsabilidad y la libertad de discernir cuáles nos parecen adecuadas y proporcionadas a lo que está ocurriendo, que voces nos hablan de necesidades presentes y cuáles de viejos asuntos mal concluidos. Cuánto de lo que nos ocurre se relaciona con viejos apegos emocionales y exigencias y cuánto nos habla de la necesidad de encontrar nuevas salidas. Todo ello nos pertenece y nos habla del ser humano que somos, de nuestros deseos y necesidades y de la medida de nuestros límites.
Dejar de hacer lo
que hacemos para perpetuar el conflicto
Para poder dejar entrar lo nuevo, es importante
dejar de hacer algo. La mayoría de las veces pasamos tanto tiempo juzgando,
exigiendo, culpando o manipulando la realidad que dejamos poco espacio para
experimentar lo que realmente nos está pasando, aquí y ahora. Necesitamos
reflexionar qué hacemos para disimular, culpar, exigir, evitar… y para las
conductas compulsivas que evitan que se dé algo nuevo. A veces resulta
difícil dejar este espacio vacío. El desequilibrio y el caos aparente que se
produce cuando estamos moviendo los límites del concepto de nosotros mismos nos
produce temor y ansiedad. Soportar esta “incomodidad” es necesario para
permitir que se dé la crisis de nuestros límites y experimentar nuevas zonas no
exploradas.
Cuidar la expresión
La expresión de las
emociones negativas y problemáticas es lo suficientemente importante para
dedicarles el espacio que necesitan. Lo conveniente es contar con unas
condiciones adecuadas de escucha y respeto y evitar los momentos y lugares
inoportunos.En la expresión de las propias emociones negativas es necesario
recordar que estamos hablando de nosotros y no de la persona que nos las
evocan. Claro que hay cosas suyas que provocan en mí ciertas reacciones. Pero
no es de su vida de lo que me tengo que ocupar, sino de la mía. Es importante
evitar la culpa y la exigencia al otro y centrarnos en lo que a nosotros nos
pasa, dando espacio para que la otra persona pueda también expresarse. Aunque
el otro no “tiene la culpa” de lo que nos pasa, puede ser, aquí y ahora, el
mejor interlocutor para darnos una nueva oportunidad de comprender y completar
viejos asuntos pendientes. Y, como con las propias polaridades internas, en la
comunicación con otro la salida está en llegar a comprender las diferencias,
buscando un diálogo sincero y el acuerdo o, cuanto menos, el respeto a cada una
de las partes.
Darnos tiempo para
comprendernos
No siempre nos es posible escuchar “todas las
verdades”. Tal vez nos produzcan dolor o rabia o haya cosas que aún no podamos
entender. Es importante hacernos cargo también de todo esto y darnos tiempo. Tal vez las
propias partes internas se aclaren un poco más después del encuentro sincero
con el otro y, con el tiempo y el compromiso mutuo de comprendernos, vayamos
soltando nuestras rigideces y podamos encontrarnos con congruencias, respeto y
humor.
Rocío Barba
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